– Bueno, me tomé la medicación más o menos…
– Señora.. – insiste el funcionario del ayuntamiento.
– ¡Vale! ¡Entro! – la voz de esa mujer delata que no le gusta nada la insistencia – Bueno, que vaya todo bien. Ánimos y pruébalo.
Y se marcha por la puerta y te quedas a solas en el pasillo. Miras la hora y no te extraña, seguramente seas el último de la mañana. Comienzas a dudar que no te digan aquello de “vuelva usted mañana”. Cada minuto que pasa el miedo a que al final no te atiendan se hace más intenso, y consecuencia de ese temor, toda una serie de sentimientos como la ira o el odio comienzan a brotar de forma incontrolada. Sufres por si tienes que volver otro día, tener que volver a pedir visita y perder más de una hora en un pasillo por un mero tramite. Te enerva pensar en que al final pase todo tal y como lo piensas, es más, estás seguro que pasará esto, lo ves todo de forma muy oscura, en negativo, sin matices.
La puerta del despacho se abre apenas 10 minutos después. “Tu turno”, te comenta la mujer y como si tuvieras un resorte te levantas de la silla, pero cuando vas a entrar en el despacho el funcionario te señala con la mano que te detengas.
– Pero como, como, como, ¿que no entre? – te enciendes – pero si me toca a mí, iba después de esta señora.
– Sí, pero ahora vuelvo.
– ¿Ahora vuelves? -Tienes unas ganas locas de ahogarlo con tus propias manos, se te hincha le vena de la frente e intentas asfixiarlo con la mente. Él hombre se da cuenta de tu mal humor y se intenta excusarse.
– Voy un momento al baño, vuelvo en 5 minutos – y se marcha corriendo sin más.
– La madre que lo parió, a este me lo cargo.
– Totalmente, en el juicio podrías pedir que te aplicaran un atenuante – la mujer todavía no se ha ido y te sigue dando conversación.
– Es que lo que hablábamos antes… ni con tratamiento puedo dejar de fumar… o me sacaban de mis casillas, o tenía una mala noticia, o las ganas de fumar eran tan intensas… Que no, que al final no podia.
– Te entiendo… es desesperante, pero lo que te comenté antes, mi Joan a la quinta… – y piensa – Dime una cosa… Me dijiste que hiciste el tratamiento de esa manera, ¿no?
– Solo quería la medicación, que me quitara las ganas de fumar y ya está…
– ¡Ah! ¡Como mi marido! ¡Buscando la pastilla milagrosa que te quite las ganas sin más como si no hubieras fumado nunca! ¿No?.
– Para eso estan… e incluso me llegaron a sentar mal.
– A él le pasó una vez… tenía unas nauseas… al final lo que hizo es hablarlo y le cambiaron el tratamiento. Era muy reticente, por que estaba cansada… pero – y piensa dubitativa – ¿que le dijeron para convencerle?
– A mi no em mires, que yo no lo sé – bromeas.
– Ahora me acuerdo. Le preguntaron que si tuviera una infección de orina y no le funcionara el tratamiento, que qué haría, ¿no tomar nada y dejar que la infección de orina fuera a más o provar con otro antibiótico?
– Una infección de orina, pues me tomaría lo que me dijeran – le comentas sin titubear.
– ¿Entonces por que no haces lo mismo cuando quieres dejar de fumar? Si uno, no funciona, pues hay otras opciones.
– Pero no es tan sencillo, aunque cambie de tratamiento…
– Sí, no lo és, y ojalá lo fuera. La medicación ayuda pero ya sabes… el tabaco es una droga y engancha mucho, pero tambien engancha por qué asocias un montón de cosas del día a día con el tabaco. Y aquí la medicación solo te ayuda a llevar mejor el mono, pero con esto último, tienes que ser tú…
– Sí, ese es el problema, por eso no lo veo claro…
– Mira, ahora estas más por lanzar más por la ventana al tío pesado este, pero cuando se te vaya el mal humor piénsalo, es lo mejor que puedes hacer y de las mejores que ha hecho mi marido en la vida… aparte de conocerme, claro – sonríe- Intentalo otra vez, hay muchos tratamientos posibles y también te puede ir muy bien si recibes consejos y ayuda, así no serás tú solo contra tus rutinas de fumar… Cómo él, puedes ir a tu enfermera, o a tu doctora, a la farmacéutica que te ofreció ayuda… te darán el empujón y la compañía que te hace falta en este camino.
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