Cuando estamos solos con nuestros pensamientos, comenzamos a pensar cosas que realmente queremos olvidar, como la vivencia en el centro de salud con aquel hombre que te había pedido un cigarrillo. Tan normal que estaba, de buen humor, con su barriguita pero de aspecto saludable, derrochando simpatía y justo le da un infarto mientras se espera para visitarse.
Entonces te acuerdas de la conversación que tuviste con tu amigo en el bar semanas atrás, insistiéndote en que dejaras de fumar. Pero lo que le quisiste hacer ver, a ti fumar no te afecta, no eres como ese hombre que le acaba de dar un infarto. No, en ningún caso os podéis comparar.
En medio de tus divagaciones te suena el móvil. Sacas las manos de los bolsillos y descuelgas la llamada mientras maldices mentalmente a quien te está llamando.
– ¿ Qué? – Dices temblando
– ¿Eh? ¿Que te pasa? – Responden des del otro lado de la línea-
– ¡Que tengo la mano congelada del frio que hace! ¡O sea que sea lo que sea, dilo ahora o calla para siempre!
– Jajajajajaja. Ya sé que hace frio. Por eso estamos toda la peña refugiada en el bar de siempre, ¿Te apuntas? Cambio y corto.
– ¡Hecho! Llego en cinco minutos. Corto y cierro – Vuelves a guardar el móvil, vuelves a poner las manos en los bolsillos y aceleras el paso llegando antes de lo dicho.
El calor acumulado del bar te rodea justo al entrar y te quita el frio de golpe, justo lo contrario de los que estaban al lado de la puerta, que reciben todo el frio de la calle y a través de su cara te dicen lo que piensan sin necesitar de hablar: “¡Cierra la puerta ya!”
Pero no te das cuenta de sus miradas y optas en sacarte antes el abrigo que cerrar la puerta, por eso, uno de los que está cerca te grita:
– ¿Quieres hacer el puto favor de cerrar la jodida puerta? – te dice un hombre que te saca una cabeza aun estando sentado en la barra. Su aspecto es totalmente desaliñado, con barba de muchos días, ropa arrugada y su mirada refleja llevar demasiadas cervezas encima.
– ¿Qué? – Respondes automáticamente totalmente descolocado por su agresividad.
– ¿La puerta! ¡Joder! ¿Te lo tengo que repetir? – Dice mientras se acerca hacia ti.
– La puerta ya está cerrada, ¿Contento? – Le grita Anna, una de tus amigas mientras se pone delante tuyo.
El hombre, aunque te ha dado la sensación de querer buscar bronca, recula y vuelve a su asiento en la barra y se desentiende de ti. Te extraña mucho que se haya calmado tan rápidamente solo con las palabras de tu amiga, al fin y al cabo, erais dos contra un gigante. Pero lo entiendes cuando te giras y ves que detrás tuyo estaban todo tu grupo con cara de pocos amigos.
– Hola Cubito de hielo, ven con nosotros, estamos al final – te responde tu amiga con la mejor de las sonrisas, mientras te coge de los hombros y te lleva así hasta la mesa donde estaban todos sentados. Tú le devuelves la sonrisa, pero aunque ahora todo la gente de tú alrededor te muestra caras amables, el encontronazo con ese hombre te ha dejado con mal cuerpo. Tanto, que cuando te sientas no tienes ganas de beber algo caliente, si no de fumar.
– Me parece que me salgo fuera a fumar, ¿Alguien me acompaña?
– ¿Pero qué dices? Si acabas de llegar y encima, ¿quieres volver a abrir la puerta para que ese energúmeno se vuelva a encabritar? ¿Tu buscas jaleo hoy o que? – Te dice Manuel, uno de tus amigos, monitor de tenis y deportista nato.
– No! Pero me he puesto muy nervioso.
– Ya! No es para menos, ¿pero para qué quieres fumar? – responde Eva, justo a tu lado.
– Para quitarme los nervios, para olvidarme de lo que ha pasado.
– ¡Pues si te quieres olvidar y desconectar de lo que ha pasado para eso nos tienes a nosotros! ¡No hace falta que salgas afuera!
– ¿Pero por que insistes en que no fume? Sobretodo tu que también fumabas… es verdad lo que dicen que los exfumadores os convertís en radicales antitabaco… sois un poco pesaditos, ¿eh? – Le contestas con picardía.
– Por que te aprecio melón, y eres de los pocos amigos que me quedan que fuman y me gustaría verte que lo dejas. ¿Es malo desear que dejes de fumar?
– No, pero es mi decisión… respétala… además… yo estoy bien de salud… ya dejaré de fumar más adelante.
_ Sí… cuando estes ya enfermo y sea demasiado tarde… ay!! – se burla – pero, ¿y quien ha hablado de salud? Yo dejé de fumar por dinero… más de mil euros que me gastaba al año en tabaco.
– Y yo por mis hijos, el día que vi al pequeño ponerse en la boca un lápiz simulando que fumaba… – Replica Carlos, otro de tus amigos.
– Pues yo era para rendir más cuando juego al futbol!
– ¿Miguel? ¿Rendir más al futbol? Pues sigues siendo igual de malo! – le respondes.
– ¡Jajajaja! ¡La madre que te parió!
– Yo cuando me ví, con los dientes y los dedos que se amarilleaban, me dio un asco! Y eso que no me daba cuenta de como apestaba a tabaco… – continua Loli.
– Pues lo que hizo dejarlo a mi marido fue una noche que se vío en la calle a las 4 de la mañana, lloviendo a cántaros y con un frio polar solo para comprar un paquete… Se dio cuenta que el tabaco controlaba su vida y no le gustó nada – remata Angela.
Así uno a uno, todos tus amigos que han dejado de fumar te explican los motivos por los que ellos dejaron de fumar, hasta que tu amiga que ha sacado el tema, vuelve a hablar y te dice:
– ¿ Y tu? Olvídate de la salud… no hay nada más por lo que crees que valdría la pena dejar de fumar?
Si crees que hay cosas por las que quizás valdría la pena dejar de fumar ves a la página, pero aún no és el momento, ves a la página…
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